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Voluntariado

En un terreno con vista al reluciente lago San Pablo y al volcán Imbabura, un ecléctico grupo de personas trabajan excavando tierra. En el arcoíris de colores producido por las flores, se mezclan también los tonos morados y azules de las faldas de las mujeres indígenas, con sus elegantes blusas blancas y sombreros en fieltro. Junto a ellas, está un grupo alegre, conformado principalmente por estadounidenses usando pantalones de yoga, y con los pies descalzos embarrados en la tierra.
Este es el primer programa de voluntariado de My SachaJi con el grupo Pachamama, un proyecto de jardín de hierbas medicinales creado por y para las mujeres de la comunidad Angla de los Andes ecuatorianos. Su objetivo a largo plazo es crear un huerto lo suficientemente grande para producir hierbas a escala industrial para hacer tés.
Las voluntarias son un grupo variado de madres e hijas de Estados Unidos, Canadá y Panamá. Cada una de ellas, reunidas por la organización de yoga Seeds of Seva (Semillas de Seva), tienen diferentes necesidades e intenciones y han venido a ofrecer sus servicios para la ampliación de los jardines, mientras aprenden sobre antiguos secretos de la medicina tradicional y la cultura andina.

¿Por qué ser voluntario?
Según la fundadora Dani Poyachefsky, la idea detrás de Seeds of Seva es combinar el yoga con la inmersión cultural y un servicio abnegado, para adquirir una conciencia más profunda de uno mismo y del mundo a su alrededor. La palabra «seva», de hecho, significa «servicio abnegado» en sánscrito.
Al planear este viaje, para Dani que tiene 28 años, fue importante encontrar un grupo de personas indígenas con quienes trabajar, y destaca que el concepto de comunidad es fundamental no sólo para su grupo, sino a nivel global.
«Una comunidad se apoya y permite que cada uno brille individualmente en su propio espacio», explica. María Teresa Ponce, propietaria y fundadora de My SachaJi, facilitó la conexión con la comunidad de Angla, y proveyó la base para el grupo y las instalaciones para las otras actividades.
Un objetivo clave para el grupo, explica Dani, ha sido crear un verdadero intercambio, sin que ninguno de los dos partidos extraiga más o menos del otro, y ambas partes dicen que esto se ha cumplido. De hecho, la comunidad Angla afirma que el grupo trabajó tan diligentemente en el jardín que terminaron el trabajo que les habían dado -despejar y aflojar la tierra y plantar nuevas semillas- en menos tiempo del que habían previsto. A cambio, miembros del grupo de mujeres extranjeras dicen que han adquirido una nueva comprensión de la cultura andina y conocimientos que pueden usar en su vida cotidiana y urbana.
«He sentido un cambio físicamente, al tener esta conexión con la tierra», dice una mujer del grupo, residente de la ciudad de Nueva York.
Mientras que el trabajo en los jardines es la estructura central del programa, también se realizan otras actividades. Una de las madres voluntarias y otra que trabaja como chef profesional, ayudan a las mujeres de la zona a hacer snacks tradicionales en la cocina. Sobre una fogata, las mujeres cocinanhamburguesas de quinua con hierbas y zanahorias. No hablan el mismo idioma, pero la operación se ejecuta con una eficiencia militar.
Entrada la tarde, las mujeres se mueren de hambre, reemplazan sus mangueras y rastrillos por comida. Las mujeres indígenas reparten las hamburguesas, que son inmediatamente devoradas por voluntariasembarradas de lodoy sentadas en el suelo. Una breve tormenta hace que busquen donde guarecer la lluvia, y hay más sonrisas, bromas y abrazos, mientras se enseñan canciones, en quechua y sánscrito.

Cuando el sol comienza a brillar, e Imbabura vuelve a aparecer a medida que las nubes se dispersan, el enfoque cambia una vez más. Mama Rosa, una experta en medicina tradicional que aprendió su arte de su abuela, lleva a las voluntarias a recorrer el jardín de hierbas, explicándolas qué planta ayudapara qué parte del cuerpo. La charla es interrumpida por un ave amarilla cuyo canto en la copa del árbol detiene la conversación.
«Él es el dueño de esta tierra», dice Mama Rosa mientras ríe. «Canta porque está celoso.»
A medida que el tour continúa Mama Rosa revela sus secretos: la hierba “aleluya” es para el estreñimiento, la “lengua de vaca” se puede utilizar como vendaparaheridas graves hasta llegar a un hospital, y el geranio puede prevenir el cáncer. Las voluntarias anotan lo que dice la sabia con gran vigor.
Cada una le vaexplicando a Mama Rosa sus dolencias y ella prescribe la planta precisa, pidiendo permiso a la naturaleza antes de instruir a la voluntariacuál recolectar: la valeriana sirve para la depresión y el aloe vera para el acné. Acto seguido, el manojo de hierbas recién escogidas son agregadas al agua caliente para crear las infusiones curativas. Las voluntarias se sientan en los escalones, bebiendo sus tés coloridos.

El programa de ocho días está marcado por actividades que complementan el yoga y el bienestar. Se practica kundalini yoga rodeado de caballos y las pirámides sagradas de Cochasquí, también se realizan “limpias”, un ritual tradicional que utiliza plantas locales y maderas fragantes, para expulsar las malas energías.

Un tratamiento que tuvo uno de los impactos más profundos en el grupo fue el temazcal, otra actividad que promueve la conexión con la tierra. La ceremonia consiste en entrar en una cabaña pequeña, que pretende asemejarse a un útero, la temperatura se eleva significativamente cuando se introducen piedras calientes para inducir sudoración. Algunas voluntarias estaban nerviosas al principio de la ceremonia, pero las mujeres indígenas que lideraban el ritual, y el sentimiento de camaradería con los demás miembros, pronto calmaron sus temores.
«Es pequeño, oscuro, y lleno de vapor. Sientes como si estuvieras en un vientre», explica una mujer, y a la vez describea la líder de la ceremonia que estaba engalanada con un hermoso vestido rojo y una tela multicolor.
«Cuando dos personas salieron para tomar un descanso, el resto del grupo sintió físicamente su partida y nos preocupaba que no regresaran. Pero cuando lo hicieron, todas aplaudimos», recuerda otra voluntaria.

Otro aspecto del programa involucra el trabajo con una escuela local, donde 50 niños de tres comunidades aledañas reciben educación básica. El año pasado, My SachaJi ayudó a la escuela a construir un aula adicional, y continúa ayudando a suministrar materiales como lápices de colores y papel. El grupo de voluntarias estaban dispuestas a organizar una celebración con la comunidad, y María Teresa sugirió que pintaran murales en las paredes de la escuela, y luego practiquen yoga con los niños y los padres antes de compartir unalmuerzo tradicional.
Desde que los líderes de la comunidad le concedieron acceso al agua en los inicios del eco-lodge, María Teresa ha considerado que el servicio a la comunidad es una parte fundamental de My SachaJi, “una vez que te dan agua, estás automáticamente aceptada en la comunidad» explica.
Lo que hace que el programa de voluntariado de My SachaJi sea tan especial es el intercambio de energías, culturas e ideas con la comunidad local, así como una profunda conexión con la tierra. Como señala una voluntaria, los dos aspectos están inextricablemente ligados. «La tierra es su idioma», explica, mirando a sus pies cubiertos de lodo. Y como de todas maneras los dos grupos parecen comunicarse perfectamente, pese a que las mujeres indígenas hablan principalmente en quechua, y las voluntarias hablan pocas palabras en español, este es el único idioma que necesitan.

Por | 2017-06-13T22:15:30+01:00 marzo 14th, 2017|Noticias, Uncategorised|